Reflexiones



Aparece de la nada, como si nunca os hubiéseis separado. Pasa algo y de repente todo cambia. Puede ser una mirada, un gesto, un roce o que se lance a darte un beso y cuando te das cuenta, estás enamorada. Pero enamorada de esa forma que cuentan en los libros, que te cuesta pensar e incluso recordar cómo se respira. Y a lo mejor ves que hay cosas que no te gustan, tu cerebro te dice que no váis a encajar. Pero no puedes pensar en ello ahora, ahora no. Te está mirando, de tal forma que puedes sentir como sus ojos te acarician recorriendo el contorno de tu cara hasta tu boca. Y se acerca a tí y te besa. Y no es un beso cualquiera. Es increíblemente lento, intenso, caliente y húmedo. Dejas de sentir lo que te rodea, sólo lo sientes a él. Y a tí, que te conviertes en un volcán, que sientes que tienes dentro de tí el calor del núcleo de la tierra. Cuando la cosa va a más, va a mucho más. Nunca has tenido sexo así. Apenas os hace falta moveros, el simple contacto físico y de vuestros ojos os llevan al clímax.
Habláis todos los días hasta altas horas de la madrugada, y siempre tienes una gran sonrisa en tu cara mientras tanto, porque todo lo que tiene que ver con él te hace feliz.
O casi todo. Porque quieres más, y él no. Y te cansas porque sabes que hay otras mujeres felices de la misma manera que lo eres tú. Y a ti te toca un fin de semana al mes como mucho y no quieres compartirlo. Porque no entiendes que lo que vives sea tan intenso, que tú no puedas estar con nadie más, que él no sienta lo mismo.
Por fin el adiós, triste pero necesario para encontrar alguien que te de todo lo que necesitas.
Aunque no puedas olvidar.


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